Fiestas del barrio 1931. Decenas de vecinos sacan tablones desde sus casas, instalan caballetes y crean una mesa que invade totalmente la calle de lado a lado. Unos se disponen a decorarla mientras la familia del quinto ya está haciendo la paella para que todos los vecinos y las vecinas de la calle, y alguno que otro de las calles adyacentes, coman. La misma situación sucede, simultáneamente, en varias calles del barrio del Poble Sec creando un precedente que podría compararse con las largas cadenas de terrazas que hoy mismo podemos encontrar en el carrer Blai. En aquel entonces, este fenómeno era sin duda la dicha de los vecinos y vecinas que, lejos de esperar a las próximas fiesta de barrio, hacían de ello una forma de vida: se bajaban mesas y sillas a la calle habitualmente, y se compartían bebidas y juegos de mesa. En aquel entonces se generaba sin duda ruido y molestias pero la gente no dejaba de verlo como un valor de la comunidad, que hasta hoy perdura en la forma de “fiestas de barrio”, de las que todavía disfrutamos y donde bailamos una vez al año.
Y entonces nos preguntamos qué ha cambiado para que hoy nos sintamos tan molestos con las terrazas, los bares y ese ambiente que se ha puesto de moda en el barrio.
¿En qué se diferencian unas molestias y otras? La respuesta es sencilla: aquel ruido y aquellas molestias las ocasionábamos nosotras mismas, nuestra propia vecindad, sin más mediación que las ganas y la necesidad de encontrarnos con nuestras vecinas y amigos. Las mismas personas con las que compartíamos nuestras vidas: el cuidar de los peques, dejarnos dinero o compartir la comida. En esa situación, si teniamos un problema con el ruido de otros, era tan fácil como decírselo, sin necesidad de llamar a la policía ni solicitarninguna intervención del ayuntamiento.
¿Qué ha cambiado desde entonces? En una ciudad tan turistificada como Barcelona todo lo relacionado con el espacio público está mediado por el dinero, o sea, por el negocio. Cualquier uso del espacio “público” sin ánimo de lucro requiere de infinita burocracia, cuando no el pago de impuestos adicionales, mientras que su comercialización es premiada con infinitas facilidades, entre ellas, hacernos pagar dos veces por un espacio que supuestamente es de todos nosotros. Es esa relación del dinero y el negocio la que se ha impuesto en nuestras vidas, vaciando los espacios comunitarios, dejándonos solas ante la competencia del uno contra el otro. La soledad: el cada-uno-en-su-piso, con sus problemas que, dicen, corresponden a cada uno de nosotros, individualmente, en solitario.